La Vuelta al Siglo XX en 100 Canciones/Temporada 1: Los 90´/ 1991 November Rain

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Por: Fernando Casullo

Pocas cosas se meten tanto en el plexo social como un rumor, o leyenda urbana, como gustamos decirle ahora. Nadie sabe bien de dónde vienen, originariamente, pero lo cierto es que una vez que surgen, muestran una fluidez, una ingravidez realmente impactante a la hora de colarse en cuanta conversación de marras se de en el cotidiano. Algo grave va a suceder en este pueblo. 

El asunto tiene sus tradiciones, antiquísimas y policlasistas, y existe mucha historiografía que lo ha estudiado con cierta profundidad. Por ejemplo, Arlette Farge y Jacques Revel con su clásico La Lógica de las Multitudes trataron de comprender unas revueltas en el París del siglo XVIII suscitadas por rumores sobre secuestros de niños por parte de policías. O, en una línea similar, está el igual de canónico texto de Bronislaw Baczko Los Imaginarios Sociales que , entre otras cosas, estudia unas sublevaciones populares en el siglo XVII a partir del avance de un chisme de que el Estado iba a implementar un impuesto a los nacimientos. También en Francia, bien sur

Francia, ni más ni menos que el país del Gran Miedo, acaso el mayor conflicto campesino contra el Antiguo Régimen de Occidente, originado en la plebe dándose manija. El rumor definitivo. Una subversión del orden que alcanzó escala nacional en menos de un mes, en una época donde la gente no tenía a mano las redes sociales para poder amplificar sus temores. “Tengan miedo, nobles, somos pobres, tenemos leyendas urbanas y sabemos cómo usarlas”. 

Argentina, si bien no tiene el glamour del país europeo, ha sido también tierra de trascendidos, de pequeñas cosas susurradas que se vuelven relevantes, se osifican y condensan temores, prejuicios, arbitrariedades de clase, género y demases enseres de la vida social. Un país nacido al calor del contrabando y la piratería, plebeyo hasta en sus elites, que late con un corazón de bon o bon, que tiene en su dermis el color zanahoria de una anécdota de Guillermo Cóppola, ciertamente no podía ser otra cosa que una fértil tierra de rumores. El supuesto asesinato de Mariano Moreno con la mujer recibiendo días antes un blasón de luto, el suicidio de Lugones y su fantasma que llama de vez en cuando en la BIblioteca del Maestro o más acá, el gas que se le escapó a María Amuchástegui, la urgencia de Marcelo Tinelli en los Arcos, la oreja que le faltaba a Carlos Menem porque de jóven se la había arrancado un bebé, y tantas más, conforman un canon casi infinito. Rumores que, claro está, interpelan un tipo de contrato social frente a la política, la economía y que resultan interesantes al tratar de discernir el por qué se han suscitado, qué les permitió ver la luz. La Revista Paparazzi y sus enigmáticos como una de las cuatro o cinco políticas de estado de las que hablaba Duhalde. 

Uno de los rumores que más impacto tuvo en su momento involucró a los Guns N’ Roses previo a dar su primer concierto en la Argentina en 1992. En la antesala de ese esperado show en la cancha de River se suscitó toda una polémica sobre unos, “supuestos”, dichos de Axl Rose, cantante y frontman de los Guns y probablemente en ese momento el hombre más bello del mundo, que había dicho que usaría durante toda la estadía acá unas botas para no entrar en contacto con la bosta con la que se encontraría. No conforme con proferir tan temerarias amenazas, Axl, “supuestamente”, había prendido fuego y pizoteado una bandera argentina en un concierto en París una semana antes de arribar a tierra gaucha.

Por supuesto que ambos estiletes al orgullo nacional, totalmente contraintuitivos por otro lado, ¿por qué haría algo así un artista con un contrato bien jugoso?, se trataron de un gafe, otra leyenda urbana más. Sin embargo,, el asunto tomó una carnadura impresionante, al punto de ser cubierto por los noticieros de moda entonces, en una época donde estaban de moda los noticieros, y hasta generó una desmentida del propio Axl Rose en su arribo, a partir del pedido explícito de Daniel Grinbank, el señor del rock por entonces, que fue quien los trajo. Y en las jornadas vividas en el estadio de River, el cantante salió portando la camiseta albiceleste, emocionando a su público, extasiado con tamaño desagravio.

Desde ya que no todo fue mitología popular, y en esa venida de los Guns a la Argentina pasó de todo. Se dio, por caso, el famoso tema de la adolescente que se suicidó por la prohibición de sus padres de ir al recital, lo que luego generó que el progenitor al entrar al cuarto y ver la escena también se quitara la vida. O la intervención del propio Carlos Menem que salió a criticar a los fans e incluso indicó luego de los recitales la reducción de la capacidad del estadio Monumental. ¿Cómo olvidar la imagen de Axl Rose puteando por un objeto contundente arrojado en su contra, y una intérprete sufriendo para traducirlo lo más polite posible? Un país parado en el paraavalanchas durante un par de días largos.     

Ahora bien, ¿quiénes fueron los músicos que generaron tanto estímulo en la vida de los argentinos en tiempos en el que los precios se iban acomodando tras el dueto de hiperinflaciones y la vida se amoldaba al consumo que dictaba el 1 a 1? Precisamente los Guns, la última de las grandes bandas del momento, esa que todos coinciden en un instante que son los más queridos por el público de todo el planeta y despiertan pasiones, llenan estudios (y billeteras). Eslabón perdido entre la excedida y hedonista escena de los ochenta con el spray para el cabello del Glam en primera línea, y la timidez y atmósfera de los noventa, con las camisas desabrochadas del grunge, a mitad de camino estuvieron ellos, en la cima. Los Guns n’ Roses fueron de los últimos que pudieron jugar a ser The Beatles.

El camino para volverse tan inconstrastablemente mainstream había arrancado allá por 1985, con la fusión de dos bandas, L.A.Guns y Hollywood Rose, muy del palo de la movida Californiana, la que destacaría, ampliamente, en el Hard Rock y el Alternativo. Un proyecto que, producto de varios y variados conflictos, quedó a los pocos meses conformada con el quinteto titular, Axl Rose en voz, Slash en primera guitarra,  Izzy Stradlin en guitarra rítmica, Steven Adler en batería y Duff McKagan en bajo, formación con la que conquistarían la gloria ya con su primer álbum Appetite for Destruction, de 1987, el que es hasta el día de hoy el disco debut más vendido en la historia, con tres de sus cortes ingresados al top 10 (los que salen de memoria, Sweet Child o’MineParadise City y Welcome to the Jungle). Un sonido potente pero cuidado, como un Mötley Crüe al que la pubertad le puso más grave la voz, con la distorsión de Slash y el histrionismo de Axl como estandarte, pero sobre todo el virtuosismo de Duff, el bajista definitivo de ese momento, generaron una química lista para triunfar. Y triunfaron, de la manera que se hacía entonces, con excesos, peleas, y gente gritando frenéticamente por ellos en todos lados. 

Sin embargo, al radar del pueblo argentino, ese que arrancaba los 90 muy movilizado por las partidos entre rojos, amarillos, azules y verdes en Telemach y las vinchas fluor de Fernando Gamboa, ingresaron con la constitución del disco doble Use for Ilusión I y II de 1991. Ambos placas, que grabaron ya sin Adler, se convertirían en su obra cumbre (de una efímera discografía, vale señalar). Los gemelos Use for Illusion resultaron una verdadera metralleta de hits, de una banda más madura que al power rock le había agregado bases bluseras y un sonido más límpido. Dos discos que se florearon con verdaderas obras de arte como Civil WarDon’t CryComaYou Could Be Mine o el cover de Paul McCartney, Live and Let Die. Una carga de caballería de temones. Ambas obras fueron primera y segunda de las listas mundiales por decenas de semanas e ingresaron, con todo, en la retina del adolescente rioplatense a partir de las pocas formas en que se podía entonces. 

Los Guns fueron objeto de consumo masivo en el país, no quedó viaje de egresados en que no se usaran los pañuelos confederados de Axl, ni salida al boliche donde no se vieran los borcegos que elegía el cantante. En un punto, los de California fueron la banda de la primera convertibilidad, la que permitió a la juventud sentirse en un viaje cosmopolita con un expediente tan sencillo como comprar ropa OshKosh, John L. Cook o Mango. El cohete menemista a la estratósfera que te llevaba en 45 minutos a cualquier parte del mundo, con los Guns te dejaba en un espacio equidistante entre las letras de Hollywood y el entrepiso de la casa de tu mejor amigo, donde estaba su minicomponente.

Uno de los salvoconductos necesarios para dicho recorrido fue sin dudas el acceso a la televisión por cable, sobre finales de los ochenta en el AMBA, más claramente a principios de los noventa en la escala federal. Desde allí, brillaron los Guns y se metieron en el living de la familia reunidas frente al televisor una y otra vez, por caso en el programa chileno Sábado Taquilla, que merece su historia aparte, un ránking musical que salía los sábados al mediodía, y donde por ejemplo Dont Cry tuvo una pelea por el primer puesto con la balada Everything I Do de Bryan Adams que devino en épica por goteo. Fue en ese show, como en tantos otros desde ya, que se lució el video del tema que hoy nos toca para analizar en nuestra columna para Revista PostdemiaNovember Rain.

La canción en cuestión era una power ballad, la más importante del grupo y de las cuatro o cinco del género, que tenía una duración de más de ocho minutos en la que destacaba una apuesta sinfónica encarnada en un piano con guiños muy explícitos a Elton John. Una especie de mini (aunque no tan mini) Ópera Rock que mostraba a los Guns jugando en otra liga. En ese cenáculo donde los consagrados pueden cantar cosas excesivas, kitsch, almibaradas, e igual les salen bien. 

Asimismo, su videoclip, devenido en pequeña película dirigido por Andy Morahan -señor de videos noventosos- daba cuenta de una búsqueda por conformar una estética propia en muchos niveles. En el guión se narraban las vicisitudes de un casamiento ficticio de Axl Rose, flanqueado siempre por su banda, con quien era su novia de verdad de entonces, Stephanie Seymour, que terminaba con una terrible tormenta que arrasaba con todo, mientras Slash se mandaba su famoso solo frente a una Iglesia. De pie, gente, el multiverso hardrockero acababa de ver parir una de sus obras cúlmine.    

En realidad, la idea del viaje vital que mostraba el videoclip, estaba directamente vinculado con la propia lírica del tema, que mostraba una de las obsesiones que en ese momento más los circundaba como prosistas, el de los vínculos con el otro, mujer, que no alcanzaban a desarrollarse del todo en un mundo de desconfianza e incomprensión. El frío noviembre lluvioso no estaba en el desierto paisaje que mostraba el cortometraje, bello oxímoron, si no en el corazón de dos personas que no llegaban a entenderse jamás más allá de los mutuos anhelos.

“When I look into your eyes / I can see a love restrained / But darlin’ when I hold you / Don’t you know I feel the same? / Nothin’ lasts forever / And we both know hearts can change / And it’s hard to hold a candle / In the cold November rain”.

El tópico del artista que le habla en modo pasivo agresivo a su amante barra musa (que recordaba sin dudas a la violenta One of my Turns de Pink Floyd o la aterciopelada Every Breath You Take de The Police) sería bastante explorada por la banda, al punto de resultar un lugar común hoy muy criticado (por supuesto con el pico de I Used to Love Her), sin embargo mostraba una sensibilidad distinta a las letras del hair metal ochentoso, dando un poco la pista de un cambio de orientación tanto más minimalista y poético, que sería tan propio del Cobainesco clima de los noventa. 

“We’ve been through this such a long long time / Just tryin’ to kill the pain, ooh yeah / Love is always coming, love is always going / No one’s really sure who’s lettin’ go today / Walking away / If we could take the time to lay it on the line / I could rest my head just knowin’ that you were mine / All mine / So if you want to love me then darlin’ don’t refrain / Or I’ll just end up walkin’ in the cold November rain / Do you need some time on your own? / Do you need some time all alone? / Ooh, everybody needs some time on their own / Ooh, don’t you know you need some time all alone”.

El viaje que proponía November Rain finalizaba, en su letra y en su videoclip, con el funeral de la novia, y la muerte simbólica del amor. Puesta a punto de un mundo gélido, poco amable para aquellos dispuestos a rendirse a la maravilla de la comunión, porque todos necesitaban, finalmente, una comunión. ¿Acaso no estaban en la morada del señor todos esos rockeros pelilargos espantosos? 

“I know it’s hard to keep an open heart / When even friends seem out to harm you / But if you could heal a broken heart / Wouldn’t time be out to charm you? / Oh, oh, oh / Sometimes I need some time on my own / Sometimes I need some time all alone / Ooh, everybody needs some time on their own / Ooh, don’t you know you need some time all alone / And when your fears subside / And shadows still remain, oh yeah / I know that you can love me when there’s no one left to blame / So never mind the darkness, we still can find a way / ‘Cause nothin’ lasts forever, even cold November rain / Don’t ya think that you need somebody? / Don’t ya think that you need someone? / Everybody needs somebody / You’re not the only one / You’re not the only one / Don’t ya think that you need somebody? / Don’t ya think that you need someone? / Everybody needs somebody / You’re not the only one”.

En definitiva, unos muchachos rudos pero en el fondo unos bebotes, nada nuevo en el mundo de los rockstars, subidos a un desenfreno incontrolable solo para ser un poco más queridos. Lo cierto es que, al menos entre ellos, ese objetivo no se cumplió del todo y luego de Use for Illusion el grupo cometió error tras error, y fue dejado de lado por un mercado que siempre soportó mucho mejor la violencia que los fracasos comerciales.

Pero bueno, en ese momento en que ocupaban el Valhalla se vinieron hasta Argentina y nos dieron una buena cucharada de Globalización temprana y no usaron botas ni quemaron estandarte blanquiceleste alguno. ¿De dónde habrá salido entonces aquel rumor originario?, ¿quién fue el que arrojó la primera piedra en esa especie de Vuelta de Obligado fantasmática que se le armó a Axl, Slash, Duff et. al.? Está claro que nunca se sabrá del todo y es más que posible que se haya tratado de un inestable mix de prejuicio antinorteamericano, algo bastante fecundo en La Pampa, estrategia de márketing y, como siempre, deseos del pueblo por verse protagonizando una leyenda urbana, como en 1789.